martes, 20 de diciembre de 2016

Calor.

Línea San Martín. 11.22 A.M. Sensación Térmica: 34ºC.

Estación Chacarita.

«¡Llaveros, tijeras, portaSUBE! ¡Lleve sus llaveros, tijeras, portaSUBE a un valor especial!»

Sobre Miguel, que lleva ya tres horas intentando volver irresistible su oferta de tijeras, un desconfigurado o desafortunado o cínico cartel LED reza «Hope you'll have a good trip», una y otra vez, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda.

«¡En distintos colore', lleve su poooooorrrrrrtaSUBE!»

Estación La Paternal.

Las bien conocidas por los pasajeros casillas de chapa se ciernen como un mar gris y humeante sobre el único paisaje posible desde el vagón, que se desliza pesado de indiferencia sobre las vías.

Estación Villa del Parque.

Norma sube con la nena en brazos, la carita lastimada de varicela, la mirada curiosa. Una señora la mira de reojo al pasar y se rasca el brazo, como por las dudas.

Estación Devoto.

Es horario suficiente para que el olor a choripan inunde el vagón como una represa rompiéndose frente a nuestras caras cuando las puertas se abren.

Estación Sáenz Peña.

«Y, es de Tauro, viste», le dice Laura a Gabriela mientras le extiende un caramelo de menta. Gabriela responde con un guiño de aprobación y mira por la ventanilla.

Estación Santos Lugares.

El grafitti de una pared informa: «Ellos mandan porque tú obedeces».

Estación Caseros.

«Hope you'll have a good trip». Izquierda, derecha. Derecha, izquierda. Marcos se mira las manos sucias y las esconde.

Estación El Palomar.

El calor en Buenos Aires es insoportable y poético, como todo lo que sucede en Buenos Aires.

domingo, 30 de octubre de 2016

Existieron una vez, en la gran metrópolis, dos amantes que osaron incurrir en el impuro arte de quererse. Pintaron las tardes de negro y las madrugadas de blanco Sol para burlar a los relojes. Buscaron desesperadamente refugiarse de las sombras de los edificios cuando era la luz de la Luna la que iluminaba el sueño ajeno. Se preguntaron también si la palabra "Luna" era suficiente. La mayoría de las veces llegaron a la conclusión de que no lo era. En tal ciudad de infinitos y efímeros espejos, buscaron ver sus caras reflejadas en toda cuanta superficie se atreviera a cruzárseles. Y fue así que descubrieron, artistas e impuros, la eternidad más burda y más contundente que jamás haya existido en la historia del tiempo.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Yo escribo por dos motivos.
Uno es para no matarme,
y otro es para que me quieras más.

Ambos me resultan lo suficientemente nobles como para seguir haciéndolo,
aunque a veces igual
me muera.