viernes, 8 de mayo de 2015

Perdón.

Hoy sí te vi.
Perdón.
Perdón, te vi y cuando me hablaste decidí desviar la mirada hacia un lugar más cómodo.
Te vi, harto de vender trapos de piso por la calle. Claro que te vi. Y sin embargo miré para otro lado.
No sé muy bien por qué.

"Señorita, no me compraría un trapo".
Tu voz estaba áspera de desesperanza. Tu voz desesperada de esperar una respuesta. Un "sí, dame dos".
Perdón, la culpa pesa más que el cemento.
Me miraste y no supe qué decirte. No supe qué decirme.

Que no necesito un trapo de piso más en casa, pero que igual podría habértelo comprado sólo para ayudarte en algo.
Y que no lo hice. No porque no pueda. No lo hice sencillamente porque estoy acostumbrada a ver gente como vos tratando de venderme chicles, repasadores, lapiceras, estampitas de santos en los que no creo. Porque pareciera que es parte del paisaje.

No me va a alcanzar la vida para pedirte perdón, a vos y a los tuyos que también deberían ser los nuestros. No es su culpa. No son los trapos. No son las estampitas. No es el frío. Es la historia forjándonos egoístas, alienados, crueles. Y nosotros haciéndole caso. Nosotros obedeciendo asquerosamente a ese egoísmo, pasando a tu lado sin mirarte, como si fueras invisible, como si no escuchásemos tu voz.

Perdón, José. Perdón, Miguel. Perdón, Ramiro. Ni siquiera sé cuál es tu nombre, pero ojalá algún día pueda cruzarte otra vez para pedirte perdón y para mirarte y para escucharte y para sacarme esta culpa de creer que por haber tenido la suerte de crecer con oportunidades distintas a las tuyas tengo derecho a hacerte desaparecer.

1 comentario:

  1. Para q veas q no soy sólo "opinologa"! Pase x aca, muy real! Lo comparto!

    ResponderEliminar