domingo, 30 de octubre de 2016

Existieron una vez, en la gran metrópolis, dos amantes que osaron incurrir en el impuro arte de quererse. Pintaron las tardes de negro y las madrugadas de blanco Sol para burlar a los relojes. Buscaron desesperadamente refugiarse de las sombras de los edificios cuando era la luz de la Luna la que iluminaba el sueño ajeno. Se preguntaron también si la palabra "Luna" era suficiente. La mayoría de las veces llegaron a la conclusión de que no lo era. En tal ciudad de infinitos y efímeros espejos, buscaron ver sus caras reflejadas en toda cuanta superficie se atreviera a cruzárseles. Y fue así que descubrieron, artistas e impuros, la eternidad más burda y más contundente que jamás haya existido en la historia del tiempo.

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