Pienso que la música es tan hermosa y en ocasiones está tan mal paga.
Entonces pienso que quizás sea porque, precisamente, la música no tiene nada que ver con el dinero…
En esta púrpura sensibilidad de lunes escudriño a una pequeña que con increíble dulzura se apropia de las miradas de los pasajeros en el vagón. Lleva su pelo recogido; cierro mis ojos y puedo imaginar cómo su madre lo decoró con un moño aquella mañana. Ha sido una jornada fría, su cabello despeinado por la brisa de la madrugada cuando concluyó y sus ojos conocieron el sol de hoy. Sus ojos en forma de almendra… Sus ojos que ven con esa lupa exacta de la infancia un inmenso entorno de rieles, de estaciones y de talantes. Pienso que mira a su alrededor por las mañanas.
Pienso cómo y cuándo emprende su aventura, y sobre todo cuando juega carreras en su imaginación con las niñas que llevan su pelo recogido y su delantal de recreos y travesuras, mientras ella viste un humilde vaquero de labor. La miro; no sabe que apenas tenga una pluma entre mis manos escribiré una historia sobre su propósito. Juguetea con los cierres de su abrigo, reparte papeles a cambio de monedas. Espera, y lo hace con infinita paciencia: la mujer más paciente que he conocido.
A su travesía de jornada se le une una música callejera. Llena de sonidos y de armonías sube al vagón, su vestido azul a lunares y su piel curtida por el frío. Después de un despliegue solaz opacado por el ruido de los andenes su nueva compañera de ideas le ofrece ayuda con una de sus pequeñas manos para sostener el impasible instrumento, lo ciñe con sus ojos, lo devora con sus brazos. Pienso que quizás sería una gran artista, si ese vagón le abriera sus puertas y la dejara deambular entre las ocurrencias de la vida.
Niña baja, y la ilusoria luz solar que entraba por las ventanas del vagón desaparece. La veo esfumarse tras la oscuridad del túnel, inquieta, pero con su inocencia intacta. Espera su próximo destino, tal vez en otro vagón, quizás otra historia. Pienso que sus ojos de almendra ven con más transparencia que cualquier cristal. Pienso que su vaquero grisáceo ha resultado un idóneo narrador de una historia infinita…
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