Como quiera que sea, el mundo exige abandonar los juegos y progresar, y los que se quedan jugando reciben desprecio y burla. Por eso hay quienes han resuelto seguir jugando en secreto. Hay personas que, sin que nadie lo sepa, recorren las calles y juegan: no pisan las baldosas azules, para no matar ángeles; y sí las rojas, para matar demonios. O juegan a que morirán si se cruzan con una rubia en la siguiente cuadra, o gritan en los aguasnes, o pisan las hojas secas para deleitarse con el crujido. Pero no nos engañemos; estamos hablando de otra cosa, no de mera afición lúdica: se trata de seguir en secreto profesando una moral heroica, de seguir creyendo. De creer no con la estupidez de los mamertos, sino con la locura de los que jamás podrán aprender a acomodarse en un universo burgués de mezquindad, de seguros contra robos y de electrodomésticos como parámetros de dicha.
Peter Pan no quería crecer. No quería crecer en el peor de los sentidos, no quería esa mediocre resignación que algunos llaman madurez. Nosotros hemos resuelto seguir jugando en secreto. Jugamos a que un buen verso salva una vida, jugamos a que el amor es más importante que la prosperidad, jugamos a pensar, a enloquecernos con un acorde, jugamos a creer que lo mejor de la vida todavía no sucedió. Claro que allí están las personas razonables, que nos desprecian y nos dicen "Peter Pan". Y se ríen de nuestros juegos, y de nuestros sueños. Bien está. Para ellos es todo el mundo. El mundo de los adultos y de los burgueses, el mundo de la televisión. El mundo de los concursos – atención –, o el del rating, tampoco es el mundo de los juegos. Porque los juegos, el sueño secreto de la juventud… es cosa de gente seria.
- Alejandro Dolina
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