jueves, 21 de febrero de 2013

Teclas húmedas

Durante el invierno, permitía que los fantasmas albergaran los secretos más temerarios que sus labios habían guardado alguna vez. Por las tardes se asomaba a disfrutar de las gotas de lluvia pintando el cemento con su puntillismo minucioso. No existía entonces ningún árbol que las detuviera, que les impidiera dibujar la furia de las tormentas sobre la tierra.

En sus empapados días dejaba que los recuerdos repiquetearan contra las tejas. No habría entonces vacío en lo cínico de aquellos finales: la historia de las tempestades de una mujer. Cada renglón era rellenado con húmedos ápices, convirtiendo al papel en olas de mar, dejándolo amarillento y arrugado. Ella esperó.

Esperó por si acaso los chubascos de mañana fueran a devolverle alguna de sus crónicas. Con el tiempo supo adivinar que así como las nubes, las palabras siempre cambian de forma para reaparecer en algún otro cuento, de alguna otra manera. Y una madrugada, volcando su alma en una Remington 25, se dejó ahogar por la tinta mezclada con la lluvia, mientras acariciaba el escritorio y una porción de la letra M con sus cabellos.

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